Diego Valeri tuvo el privilegio de jugar en cuatro ediciones del MLS All-Star Game (2014, 2016, 2017 y 2018). El eterno #8 de Portland Timbers no duda en calificar esas experiencias como "de las más hermosas que tuve en mi vida como futbolista". El MVP de MLS en 2015 fue campeón en Argentina con Lanús, en MLS con 'los Leñadores', jugó la Champions League en Europa y la Copa Libertadores en Sudamérica, además de tener en su historial partidos con la selección de su país. "El All-Star Game, a pesar de ser amistoso, es diferente a todo", explica.
¿Qué tiene de especial el evento que cada verano divide a Major League Soccer en dos mitades, y que este año se jugará el 23 de julio en el Q2 Stadium, de Austin FC? Nadie mejor que Valeri y su columna para explicarlo.
"Pick me"
La teóloga alemana Dorothee Sölle dice que no vale la pena explicar a los chicos lo que significa ser feliz, sólo basta darles una pelota y dejarlos jugar.
Así funciona también para los futbolistas, esos jóvenes fortachones, privilegiados y admirados, que son la envidia incluso de primeros mandatarios, referentes religiosos y demás personas que supuestamente han llegado a la cima del poder. Entendemos todo jugando y sufriendo.
La frase de Dorothee está llena de verdad, pero se focaliza en el hecho feliz de jugar sin importar canchas ni resultados. Jugar: ésa es la palabra que muchas veces lo explica todo. Sin embargo, al crecer, cuando miramos a lo alto del cielo de las emociones y los triunfos, donde están los nombres más importantes de la historia de este deporte, también nos encontramos con un mundo oscuro. Que hayan sido los elegidos no los hace necesariamente felices.
Para disfrutar un picadito en las calles de Buenos Aires, o en los clubes, en general hay que armar los equipos entre jugadores que no se conocen. Allá en el sur se usa un sistema de alta complejidad de coordinación corporal, llamado “pan y queso”. Consiste en que dos capitanes, uno por cada equipo, se separen a unos diez pasos de distancia entre ellos y empiecen a caminar frente a frente sin despegar un pie del otro. En cada paso, dicen la palabra clave: “pan”, “queso”, “pan”, “queso”… El que finalmente logra pisar el pie del rival empieza la selección, que se hace de a uno por vez, hasta que no queda nadie por elegir.
Recuerdo un día en que me tocó ser el último. Lejos de sentir gratitud por que me permitieran jugar en ese extraordinario equipo callejero, estaba lleno de bronca y rojo por el desprecio que había sufrido. En ese partido dejé la vida en el asfalto por aclarar quién era el mejor. Que lleguen esas pasiones nunca es aconsejable, pero los sentimientos son así, y yo era sólo un chico. Jugando empezaba a aprender lo que significaba ser alguien importante, competir y que te elijan por tus virtudes.
Una de las cosas más dolorosas del deporte de alta competencia son los momentos de filtro que empiezan a sentenciar quiénes se quedan en la vía al profesionalismo y quiénes se van. Se gana y se pierde, eso es sólo un resultado impersonal; pero cuando ves partir a un compañero, llorando, devastado porque no estará en el club al año siguiente, es un dolor de todos. Más allá de que el tiempo ayuda a aplacar los sufrimientos, el hecho de que elijan a otro, de no haber llegado, de no estar, es un triste romance con el deporte, en ocasiones, hasta injusto. Sé que es difícil hablar de justicia en el fútbol y en la vida en general, pero siempre es más lindo que nos elijan, aunque eso implique que descarten a otro. Lógico, somos amigos de las buenas noticias y no de las malas. Sin embargo, sería un castigo creerse más que el resto por esa elección. No hay que idealizar demasiado el valor de uno mismo por estar “arriba”, por el éxito o por las luces, a pesar de que a veces nos preguntamos: “¿Cómo puede ser que elijan a este muchacho y no a mí?”.
La MLS es la única liga del mundo que celebra a sus estrellas jugando un partido de fútbol, como debe ser. El All-Star Game es una experiencia original e inolvidable. Durante mis primeros meses en Estados Unidos, allá por el 2013, aún no era consciente del valor de este partido, de esa conexión con los hinchas para celebrar nuestro soccer. Fui elegido a último momento entre los integrantes de la lista de estrellas, pero fue a modo de mención y no me llamaron a jugar. De todos modos, mis sentimientos fueron de gratitud, ya que recién llevaba seis meses en Portland.
Ese año, mirando por televisión el Juego de las Estrellas de la MLS frente a Roma, me nacieron las ganas y el deseo de estar, de jugar. Para ser sincero, hasta ese momento me era indiferente, al menos como para que mis emociones se vieran afectadas. No conocía nada semejante en la Argentina ni en Europa. El año siguiente ya quería participar sí o sí, aunque me lo reservé y en charlas pasajeras sobre el tema hice como que me daba lo mismo. Lo mejor fue cuando salió la noticia de que el juego de las estrellas del 2014 sería en Portland frente al Bayern Munchen de Guardiola.

En esa ocasión, los All-Stars de MLS derrotaron por 2-1 al equipo bávaro en Providence Park. Para el combinado de la liga norteamericana estuvieron convocados leyendas como Thierry Henry, Landon Donovan (que marcó uno de los goles), Robbie Keane, Michael Bradley y Clint Dempsey, entre otros. Del lado del equipo alemán estuvieron en la cancha futbolistas enormes, como Robert Lewandowski (quien se llevó un tanto), Bastian Schwensteiger (años después, Jugador Franquicia de Chicago Fire), Philipp Lahm, Xherdan Shaqiri (otro exjugador del Fire), Claudio Pizarro, Manuel Neuer y Arjen Robben.
El evento vino a nuestra ciudad, vino hacia mí sin mérito alguno de mi parte, y fue una de las experiencias más hermosas que tuve como futbolsita. Tranquilamente podría pensar que a lo largo de la carrera me ha tocado ser campeón del fútbol argentino con Lanús, y de la MLS con los Timbers, hasta jugué Champions League y Libertadores, y algunos partidos con la selección argentina. Sí, está bien, pero el All-Star Game, a pesar de ser amistoso, es diferente a todo.
Por eso es tan atrapante, y porque conserva la inocencia del “pan y queso”, aun entre profesionales. Nos deja elegir, jugar sin que importe otra cosa y ser felices. Nos permite celebrar, y además interactuar con las estrellas que están alrededor de nosotros. Las que son elegidas, miradas y agasajadas por su gran talento. Verlos jugar también nos hace felices, al menos por un rato. Dos o tres días al año, es posible vivir algo distinto a la rutina, diferente a toda una carrera profesional. Novedoso en todo el mundo, y eso es lo que vale, a pesar de que, en apariencia, demostremos que para nosotros esto es sólo un juego. Si te elegimos, si tienes la suerte de poder jugarlo, recuerda el consejo sobre la felicidad: lo importante es patear la pelota, no que seas una estrella.
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