En su primera columna del año, Diego Valeri nos habla de las peleas que hay que dar a diario en el fútbol, de no regalar nada, del valor de la experiencia y, por sobre todas las cosas, de la importancia y la potencia que tiene la actualidad, lo que pasa en este momento. El Jugador Más Valioso de MLS en 2017, hoy analista de MLS Season Pass, nos habla de La Potencia del Hoy.
Mientras el productor nos comenta la programación de hoy, se me van los ojos hacia el campo de juego; desde la cabina de transmisión es tan bello como al ras. Pero es sólo una imagen. Al pisarlo, se siente la textura y ese cosquilleo del sintético. Césped natural o artificial, canchas secas por el sol, quemadas; campos húmedos, irregulares, cubiertos de nieve, estadios con la gente casi al lado de la raya y otros enormes como platos voladores. Todos están hechos para patear una pelota. Extraño jugar al fútbol, qué quieren que les diga. Extraño la adrenalina que se siente cuando el árbitro está por dar el pitazo inicial. La ansiedad y la incertidumbre; desconocer lo que deparará el futuro. Ir a conquistarlo.
Las palabras del productor se me mezclan: “Después del conteo inicial, tienen un minuto veinte para desarrollar y anunciar la promo número siete. Siguen las alineaciones y vamos a la pausa”. Entendido. Con el relator Sammy Sadovnik, vamos a nuestros asientos, mientras relojeo la postal del Lumen Field, de Seattle Sounders. ¡Qué lindo era salir corriendo hacia el banderín del corner a celebrar un gol, a gritárselo en la cara a los hinchas rivales! Suena burlón, pero sólo es parte del folklore futbolero. Tim Cahill, exjugador australiano de Red Bulls, solía ir a festejarlo ahí, a la esquina cerquita de los hinchas y simulaba boxear contra el banderín. Excelente festejo.
Según algunas filosofías, la vida es lucha. ¿Será? A veces me gusta pensarla de ese modo. De hecho, desde pibe me enseñaron que el fútbol se parece bastante al boxeo.
“Si te dormís un segundo, te mandan a la lona”, advertían los formadores allá en Lanús. Donde crecí, en el Sur de Buenos Aires, bajar la guardia no era una opción; ese sentimiento me persiguió hasta el Norte.
¿Cómo contar en un minuto veinte, entre promos y bienvenidas, casi veinte años de carrera? ¿Cómo resumirlos en una columna como ésta? Ese sentimiento de lucha aún me persigue. Las peleas hay que darlas, no siempre ganarlas: en el camino vamos a encontrarnos con equipos mejores que el nuestro. Eso no importa, desde el arranque del partido o del torneo, no se debe regalar nada. Nada. A pesar de que desde afuera te lo exijan con más o menos presión.

En el “hoy hay que ganar” que las hinchadas pronuncian en sus cánticos, late un código de competencia y una sabiduría popular. No hay que ganar ni ayer ni mañana, lo único que en verdad tenemos es el tiempo presente, así que “háganlo ahora, muchachos, cueste lo que cueste, hoy tenemos que ganar”. Además, la magia del fútbol es la pelota que viene, la que está picando frente a nosotros. Esa premisa resulta tan fuerte que algunos equipos se dan el lujo de hacer una pésima temporada y, con dos o tres victorias sobre el final, salvar el año. Dejan una buena impresión y gozan de cierta calidez, a pesar de terminar décimos en la tabla. Es la potencia del hoy.
Guardiola ha llegado a decir que “la experiencia” en el fútbol no sirve para nada. Me cuesta asumirlo. Para mí, “quien se quema con leche, ve una vaca y llora” (así lo decimos en la Argentina). Lo habitual es aprender de lo que pasó y tomar mejores decisiones. De todas formas, la frase de Guardiola carga algo de verdad en sus hombros, porque cuando uno ve jugar a Messi, a Suárez, a Lloris, a Jordi o a Busquets, parece que no son conscientes de que han sido campeones del mundo, de América, goleadores históricos, campeones de Europa, campeones de todo. Tienen una “sana amnesia” que les permite darle valor a un pase errado por medio metro en una pretemporada, a una mala definición frente al arquero o a un tiro libre que, en la segunda fecha del torneo, se va por encima del travesaño. Así se compite al más alto nivel.
Fue oportuno transmitir este concepto combativo al vestuario de Portland Timbers en mi paso como futbolista por ese club. “Las cosas pueden salir mejor o peor, pero vamos a competir, a luchar jugando, a llevar a Portland a las finales de Conferencia y de Liga”. Y así fue, gracias a la palabra y al trabajo.
En mi opinión, la Major League Soccer es una de las ligas más parejas e impredecibles del mundo, por lo cual un inicio flojo te puede complicar el ingreso a los Playoffs.
Es cierto que este sistema da margen para no arrancar bien y, sin embargo, llegar con un sólido funcionamiento a octubre, meterte a los Playoffs por la ventana y ser campeón del torneo. Eso nos pasó con los Timbers en el 2015. ¡Qué hermoso cierre de temporada, pasaron ya diez años! La alegría cuando volvimos de Columbus, el festejo de la gente en las calles de la ciudad, esa euforia inesperada para todos.
Vuelvo a mirar el campo de juego de Lumen Field, de Seattle. “Los equipos llegaron antes de tiempo; vamos a hacer los ensayos, por favor”, dice el productor de Apple TV. Me pongo los auriculares con cuidado para no despeinarme porque tenemos un hit en vivo después del rehearsal. Abrimos las ventanas plegables, hago anotaciones, le doy un sorbo al café. Está hirviendo. Acá arriba, ya lejos de la entrada en calor, es difícil escapar del frío.
Al sacarme los headphones, veo tres o cuatro pelos enredados en el extensor que tenía sobre la cabeza. Son míos. No tengo mucho por hacer, la genética es una batalla perdida. El tiempo pasa y ahora estoy del otro lado del vidrio. Igual voy a dar pelea, aunque no sepa del todo contra quién. Mejor hago silencio, que Sammy está por dar la bienvenida: “Sunday Night Soccer es presentado a ustedes por…”.