Los partidos como el MLS All-Star Game, en los que la táctica y la estrategia quedan en segundo plano, me hacen pensar en la esencia del juego: el fútbol es el futbolista. Cada año, aficionados, jugadores, entrenadores, prensa y autoridades eligen a sus representantes para verlos juntos en una misma cancha, como si fueran esos equipos armados en las calles o en los clubes de manera aleatoria. Ahí donde se juega por el honor, se aprende el amor genuino por el deporte más popular del mundo.
Lo que más disfrutaba de jugar en mi barrio, allá en Lanús, era apreciar la diversidad. Hasta que el día se cansaba y la noche dibujaba las estrellas, jugábamos sin parar, cada uno con su estilo. El que no paraba de tirar caños, el que sólo llevaba la pelota bajo la suela, el que esperaba “arriba” para empujarla sobre la línea y salir a festejar solo, el “gambetita” que no le daba un pase ni al mejor amigo, el que pintaba para profesional, el que pegaba patadas sin sentido ni conciencia, el que se enojaba por todo y el que se reía de cualquier cosa.
Junto con los faroles, se encendían las discusiones sobre qué liga era la mejor de todas. Algunos sostenían que el fútbol de tal país tenía más historia; otros, que esos nunca habían ganado un mundial, que en esas tierras siempre salían campeones los mismos cuatro equipos. Mirando las estrellas, aclarábamos la respuesta: la mejor liga es la que tiene a los jugadores más talentosos. Y algo de eso debe haber, aunque en el fútbol no haya verdades absolutas.
Paradójicamente, el primer All-Star de los cuatro a los que fui convocado se hizo en Portland el seis de agosto del 2014. La paradoja no fue sólo que haya sido a diez cuadras de mi casa, sino que yo era el único argentino del plantel de la MLS All-Stars para enfrentar al Bayern München de Guardiola. Para mí, era como jugar contra Alemania, reciente campeón del mundo, que había derrotado a Argentina en el Maracaná hacía sólo un mes. Schweinsteiger, Kross, Lahm, Müller, Neuer, Boateng, Götze, junto a Robben, Ribery y un Lewandowski recién llegado del Borussia Dortmund. Los días previos fueron una fiesta. Yo pensaba que, dentro de la cancha, iba a ser un clima amistoso. Pero ver a Thierry Henry con la camiseta de la MLS All-Star jugando como si fuera otra final del mundo nos contagió a todos. Lewandowski puso el 1-0 con una volea implacable. Yo entré en el segundo tiempo y Bradley Wright-Phillips clavó un golazo descomunal.
Tengo una imagen nítida de ese partido: controlo la pelota por la banda derecha, Landon Donovan pica al espacio por el otro lado, le mando el pase bombeado para que el “emblema del fútbol norteamericano” se la lleve hacia el gol. Donovan define ante Neuer y corre hacia mí, apuntándome con su índice derecho, me abraza con una sonrisa de oreja a oreja. La hinchada de Portland festeja el gol con nosotros.
Ganamos. En el vestuario hablamos unos con otros como si nos conocieramos del barrio. No soy para nada cholulo, pero confieso que me saqué una foto con “Titi” Henry, mi compañero de banco. De vez en cuando, el iPhone me la trae de recuerdo para que suelte una sonrisa y una lágrima. Al salir del estadio, miré al cielo y supe que la felicidad se parece a una estrella fugaz.
Al año siguiente tuve otro de los días más felices de mi carrera lejos de Portland, en el viejo Crew Stadium de Columbus, donde fui campeón con Timbers. En esa cancha de gran mística “emelesera”, también se jugó el All-Star del 2000. Como era costumbre en esos tiempos, fue “East” contra “West”. Privilegiados los ojos que vieron al “Pibe” Valderrama y a Lothar Matthaus, a Tony Meola, Eddie Pope y Cobi Jones, Mamadou Diallo, Preki y Jaime Moreno. Junto a otros grandes a quienes pude conocer luego en persona: Vermes, Fraser, Chelo Balboa, Chris Henderson y Ariel Graziani, compañero mío en Lanús.
La edición 2024 de la MLS All-Star será en Columbus nuevamente, pero esta vez en el Lower.com Field. Los estadios pueden cambiar, pero la esencia es la misma. De eso puede gloriarse el Columbus Crew, que es el primer equipo en la historia de la MLS en tener dos estadios propios sólo de fútbol soccer. Guardo mucho respeto por el Crew y su hinchada. Siempre me pareció un club de los que buscan el estilo propio, lo que en Argentina llamamos “la nuestra”. No es sólo el ganar, sino el “cómo” hacerlo.
Ya de comentarista para MLS Season Pass en Apple TV, tuve el honor de vivenciar en su nuevo estadio la coronación del Columbus de Wilfried Nancy, técnico estrella del 2023, quien dirigirá al equipo de la MLS All-Star este año. Fue cuando del respeto pasé a la admiración; por la forma, la convicción y el coraje. Estadio y técnico ideal para representar a la Major League Soccer, que enfrentará a las estrellas de La Liga MX, ya que este mismo año a Nancy y sus dirigidos se le negó jugar la final de la Concacaf Champions Cup en casa y fue derrotado con dureza por Pachuca, en México. Es verdad que nada suple las pérdidas, pero las lágrimas del pasado sólo sirven para las sonrisas presentes.
El tren de la rivalidad entre la MLS y la Liga MX avanza sin parar en todas las competencias. La diversidad en la forma de jugar es evidente y enriquecedora. Sin embargo, hay una vía común por donde viaja ese tren: las dos ligas apuestan a un fútbol ofensivo y están llenas de jugadores talentosos. Llenas de estrellas. Goleadores como Luis Suárez, Benteke, André-Pierre Gignac, Bouanga, Rondón y “Cucho”. Habilidosos como Diego Rossi, Mukhtar, Lucho Acosta, Maxi Meza, Orellano, Bernardeschi y Evander. Pasadores como Busquets, Canales, Jordi, Herrera, Andrés Guardado, Pizarro, Puig y Nagbe. No es que no quiera nombrar a los arqueros y defensores, porque merecen la misma dignidad, pero el editor me pone un límite de palabras y este texto no puede ser eterno como el cielo. Pero claro, lo que no se me puede pasar es recordarle al lector que, además, como en un evento cósmico, el fútbol de América del Norte tiene al “Sol” entre sus filas. Sí, no arriba, abajo. El astro rey con la 10 en la espalda rosa, iluminando todo con su presencia, su parada y su gambeta.
Este 24 de julio, quizá el mundo mire al All-Star 2024 de reojo, casi al pasar, como un amistoso en el que no se juegan cosas importantes. Puede ser, pero cada vez que rueda una pelota en cualquier lugar y un futbolista entra al campo, siempre pone un poco en juego su honor y su prestigio. El talento es un don; nadie decide cuál le toca ni a quién. Pero a ellos sí los elegimos nosotros. Queremos ver a nuestros mejores futbolistas. A todos juntos en una misma chancha. Porque su talento es nuestra alegría. Al sol, el talento y la alegría hay que dejarlos brillar.