El 16 de noviembre de 2003 el mundo cambió. El planeta no lo supo en ese momento, pero el fútbol nunca volvió a ser el mismo. Ese día, Lionel Andrés Messi -entre niño y adolescente- jugó su primer partido como futbolista del FC Barcelona.
Más de veinte años después, nadie duda de que Messi alcanzó la cúspide, que puede codearse con los mejores de la historia, que es parte de un grupo al que solo pueden entrar cuatro o cinco cracks indiscutibles. Diego Valeri, exMVP de MLS con Portland Timbers y hoy talento y analista de MLS Season Pass en Apple TV, reflexiona sobre esas dos décadas largas de Messi comandando el fútbol mundial, no solo en puntos, trofeos, goles y asistencias, sino en la consolidación de una estética de este deporte a nivel global.
Messi lo hizo con una sencillez indiscutible, apabullante. La misma que apreciamos en cada partido de Inter Miami en MLS. En una nueva columna en "Lectura de Juego", Valeri nos presenta un perfil total de Messi, un dios futbolero calmo, sencillo y generoso.
Lectura de juego: Leo Messi, el más sencillo de los dioses
Un pedido genera una responsabilidad: se cumplen 21 años del debut oficial de Lionel Messi y me pidieron que escribiera algo sobre él.
Le di vueltas a este texto durante varias semanas hasta que llegué a la conclusión de que sería un grave error mostrar a un Messi de fantasía. Mitológico. Él es sencillamente real, humano, gracias a Dios. Además, ni las palabras pueden contenerlo; cuando él se decide a gambetear lo que se le ponga enfrente, siempre se sale con la suya. Ante cualquier jugador, cualquier circunstancia, él la supera, así que, aunque intente mostrarlo en esta columna, será una tarea perdida. Sólo me consuela saber que su gambeta alegra a la gente, da vida, ayuda y bendice. Así pasa con los dioses.
Nunca se termina de conocer del todo a un dios. Tiene que manifestarse, en este caso, crear mundos nuevos en la cancha: universos inimaginables. La alegría de vivir y jugar. Otro referente del panteón argentino, Charly García, dice que uno florece artísticamente entre los 15 y los 18 años, y luego sólo recuerda. Esta máxima creo que también aplica para el futbolista, porque este deporte es un arte. Messi tenía 16 años cuando debutó en el Barça. Fue jugando un amistoso en Portugal, en el Estadio do Dragão de FC Porto, uno de los campos de juego más hermosos de este mundo —lo digo porque tuve la dicha de vestir esos colores y pisar esa cancha—. Pero aquella tarde estaba extrañamente destruida, parecía un potrero. ¿Habría llovido mucho? Así tenía que ser.
Fotografía: FC Barcelona
Messi llevaba la catorce en la espalda. Cambio de ritmo, cabeza levantada, encarador, giros sobre su propio eje, una velocidad superior al resto. Conectaba con sus compañeros, presionaba con agresividad la salida rival. Le faltó el gol porque Nuno, arquero de Porto y ex compañero de este servidor, le tapó un mano a mano tras un excelso control orientado de Messi entrando como nueve, en el que empezaba a mostrar que para él era natural hacer fácil lo difícil. Ese chico entendía todo, y todo pasó por sus pies. El juego del futuro, el juego de siempre, el fútbol total. En sólo quince minutos.
Cada partido, la pelota abrochada a su pie izquierdo se desprendía de él como una luz que iluminaba el camino de las jugadas, que él ya había visto segundos antes. Siempre a la espera de que vuelva. Todo fue hacia su interior. Ahí, en esa luminosidad embarrada, de potrero, vive Messi su partido desde que debutó: en esa fortísima guarida, en su intimidad, fuente inagotable de fútbol. No importan ni el tiempo ni las limitaciones, ni las ligas ni los rivales. Él busca dentro de ese manantial y saca agua pura. Agua de la que viven muchos; claro, los verdaderos dioses son bondadosos y bienaventurados: cuanto más dan, más se enriquecen.
Entonces se ensimisma y el campo se hace nítido ante sus ojos. Elimina a uno, y a otro, y a otro más. Toca a un palo. Gol. Uno y 850 goles. Fuerte, despacio, por abajo, por arriba, de lejos, de cerca, en carrera, parado, de zurda, de derecha, mordido, con la mano y de pecho. Con ese corazón bien argento, bien rosarino y un poquito catalán. Pueblo que lo cobijó cuando más lo necesitaba, cuando no era Messi, cuando era Leo. Y allí fue más que Cruyff —al menos como jugador—, Ronaldinho, Rivaldo, Romario, Kubala y Maradona.
La identidad es parte esencial de su vida y de su juego. Por eso se me hace que en el PSG la cosa no funcionó como se esperaba, a pesar de todo el talento que había juntado ese equipo. Y sí, ¿qué puede necesitar un Dios? Sólo que lo dejemos ser nuestro. El Dios de todos los dioses hizo argentino a Lionel Messi. Y él eligió por amor nuestra bandera. Ninguna otra. La que lleva en la sangre, en el lenguaje y en la forma de jugar al fútbol. En el amor a una pelota de cuero desgastada, a una camiseta de Ñuls que al final fue para otro enganche de la categoría ’88; incluso a todos esosargentinos que deseaban que él sea “el Diego” y no Messi. En ese amor también hubo espacio para todos los que le aplicaron críticas de exitismo barato.
En el peor momento fue tentado con la maldita predestinación, con el desierto de trofeos: “Cuatro finales perdidas; lo busqué, era lo que más deseaba, creo que ya está. Lo intenté mucho. Tiene que ser así, no es para mí”, dijo alguna vez, justamente en una cancha de Estados Unidos, tras haber perdido la final de la Copa América 2016.“Pero, Leo, ¿cómo vamos a buscar por otro lado?, ¿Adónde vamos a ir? Vos sos nuestro”, le dijimos una y mil veces. Entonces Messi nos amó hasta el extremo. Volvió a la selección y con él, esa magia tan argentina de que todo salga a la perfección cuando menos se lo espera.
El oro estaba en los balones y en los premios. Sí, pero también estaba en su corazón que se purificaba con el dolor, con el fuego de los obstáculos. Ahora todo es gozo: dos Copas América —una en el Maracaná contra Brasil y otra en Estados Unidos—, una Finalissima y un Mundial. Él es parte de una selección que representa el sentir del pueblo argentino y disfruta de un Messi que disfruta cada vez que entra a la cancha. Esa tarde de diciembre de 2022, la inocencia de su deseo se hizo emoción para millones en la Avenida 9 de Julio.
Bienaventurados nosotros, bienaventurados los que amamos a la Major League Soccer, de tenerlo en los campos de juego de Norteamérica. No soy una persona intuitiva, pero ante el pesimismo de muchos, presentía que su llegada iba a darse. Quizá era más un deseo que otra cosa. Qué importa. Hagamos todo lo posible para que no quiera sacudirse el barro de sus botines y su presencia en estas tierras sea el sol de un nuevo amanecer. Este equipo de Miami parece ser suyo: el club, su gente, sus amigos y compañeros. A 21 años de su debut, en apenas una temporada y media, ya ganó una Leagues Cup y un Supporters’ Shield, y obtuvo el récord de mayor cantidad de puntos en una temporada regular.
Dicen que en el universo hay silencio porque nada ni nadie transporta el sonido. Quién lo puede saber, quizá Dios, quizá la NASA. Pero sólo acá se puede maniobrar con las notas, sólo acá se puede llevar la pelota en el pie. Y a eso viniste, Leo, a jugar. Aplomado a la tierra, inspirado por los ángeles, asentado en la familia humana. Normalizar lo fantástico. Hacer simple lo imposible. Lionel Messi: el más sencillo de los dioses.
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